Lunes de Pascua

Las apariciones a la Magdalena y a las piadosas mujeres
Una vez que Pedro y Juan marcharon, la Magdalena, que los había seguido, se quedó fuera llorando, llorando junto al sepulcro. Sin cesar de llorar se asomó a la tumba y vió a dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabezera y el otro a los pies, donde estuvo colocado el cuerpo de Jesús. Los ángeles le dijeron: ·» Mujer ¿por qué lloras? y les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto».
Sintiendo el rumor de pasos de uno que se acercaba, Magdalena volvióse hacia atrás y, sin conocerlo, vio a Jesús en pie delante de ella. Jesús le dijo: » Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Creyendo Magdalena que fuera el jardinero, le dijo: «Señor, si tú lo has quitado, dime dónde los has puesto y yo le llevaré». «María», le dijo Jesús, llamándola por su nombre. La voz conocida abrió los ojos a Magdalena, la cual, reconociendo a Jesús, exclamó : «¡Maestro!», y se arrojó a sus pies para abrazarlos y besarlos. Pero Jesús, que quería enviarla con presteza a sus discípulos, le dijo: «No me toques, porque no he subido todavía a mi Padre, pero ve a mis hermanos, y diles: – Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Dichas estas palbras, Jesús desapareció. Magdalena, loca de alegría, corrió a decir a los discípulos cuanto le había dicho el Señor, que se le había aparecido.
Dejando a Magdalena, se fué Jesús al camino por el que las otras mujeres tornaban a la ciudad desde el sepulcro. Cuando estuvieron cerca de él, Jesús fue a su encuentro y las saludó. Reconocido, el mado Maestro, ellas se echaron a sus pies, y le adoraron. Jesús les dijo: «No temáis: id a decir a mis hermanos que voy a Galilea y allí me verán».
Corrieron las piadosas mujeres a contar a los apóstoles cuanto les había dicho el ángel y Jesús resucitado . Pero tanto ellas como María Magdalena fueron tomadas como visionarias y ninguno de los discípulos creyó sus palabras, que consideraron como delirio de mentes exaltadas.
La infeliz astucia de los enemigos
Mientras las mujeres anunciaban a los incrédulos apóstoles el gran milagro de la resurrección, los guardias — que, atemorizados por el derribo de la piedra y por el fulminante resplandor del ángel, habían huído del sepulcro — unos tras otros entraban en la ciudad a contar a los príncipes de los sacerdotes cuanto les había ocurrido.
Los enemigos de Jesús quedaron aniquilados. Como, si la cosa se propalaba, ellos estaban perdidos para siempre, hicieron que se reuniera el Sanedrín y, expuesto el asunto, determináronse a continuar la farsa. En vez de reconocer la verdad y proclamar que el resucitado era el Mesías que esperaban, llamaron a los guardias, y con grandes sumas de dinero los corrompieron, para que dijeran que los discípulos, de noche, mientras ellos dormían, habían venido a robarlo. Habiendo hecho notar los guardias el peligro a que se exponían al demostrar que no habían cumplido con su deber, el sanedrín prometió librarlos de toda incomodidad, caso de que Pilatos, al conocer lo ocurrido, tratara de inquirir noticias.
La historia del robo era pueril, porque aún suponiendo lo imposible: — que los discípulos, tan miedosos y escondidos, hubieran tenido el gesto gallardo de robar el cuerpo de Cristo en medio de los soldados, para creer después en la resurrección del Maestro con una fe que los llevaría a la muerte, — los guardias, si dormían, no podían ver y si nada vieron, nada podían atestiguar. Sin embargo, esta historieta, no obstante lo absurdo del caso, impuesta y divulgada por los emisarios del Sanedrín, fue creída durante mucho tiempo por el pueblo; redoblando según las profecías, la culpable ceguera de Israel.
Bibliografía:
«Vida de Jesús»
P.Eusebio Tintori, O.F.M